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Predicando con el Ejemplo

Acabo de regresar de una sesión de cine con mis dos hijos un sábado por la tarde y por desgracia, probablemente, será la última vez que vaya otro sábado a esas horas. ¿Por qué?, os preguntaréis. Como era de esperar el cine estaba lleno de niños con sus respectivos padres y madres. Tal vez por deformación profesional, me fijo mucho en el comportamiento de los pequeños y en el de sus padres con ellos y he de decir que salí de aquella sala muy decepcionado.

 

Ya para empezar, de camino al cine nos cruzamos con un padre que recriminaba a su hijo el arrastrar la manga de su abrigo por la pared, cosa que puede resultar muy comprensible por otro lado, pero no ya no tanto la forma de hacerlo. En menos de dos frases, de aquella boca salieron improperios más propios de un campo de fútbol que de un padre a su hijo de 5 años.

 

Regla 1: Tus hijos seguirán tu ejemplo, no tus consejos.

Los adultos somos el espejo donde se miran nuestros hijos y los padres somos el modelo a seguir. Los niños aprenden mucho más observando e imitando que escuchando una lección. Lo que un padre y una madre hacen es lo más molón del mundo para los pequeños, sea esto soltar palabrotas, tirar los papeles al suelo cuando vamos por la calle, o ceder el asiento a una persona mayor en el autobús. Sea un comportamiento bueno, como el de ceder dicho sitio, o malo, como el de soltar infinidad de tacos, para los niños será algo normal y tenderán a imitarlo en el futuro. No nos confundamos, todos nos enfadamos y perdemos el control alguna vez. Lo que queremos enseñar a nuestros hijos no es “no te enfades” si no, “que es lo que hacer cuando eso ocurre”. No solo hables de ello, demuéstralo.

 

Regla 2: hay que ser claros con nuestros hijos.

Muchas veces presuponemos cosas que, debido a nuestra edad y experiencia, consideramos normales, pero que para nuestros hijos no tiene porque ser así. En el caso anterior pensamos que es del todo normal llamar la atención a nuestro hijo si arrastra la manga por toda la pared sucia, pero ¿le hemos dicho alguna vez que eso no se hace porque con ese gesto se manchará el abrigo? Tal vez el niño sabrá que el abrigo se manchará, sin embargo ¿le hemos dicho que entonces habrá que lavarlo? Nuevamente puede que eso lo sepa, no obstante ¿le hemos dicho que ello acarreará un trabajo extra para papá o mamá y que será un trastorno para ellos, ya que no tiene otro abrigo? La cuestión es que hemos de ser claros con lo que esperamos de nuestros hijos y ellos deben saberlo con igual claridad. La primera vez que vemos a nuestro hijo arrastrando esa manga por esa negra pared no deberíamos reñirle, sino decirle que eso no se puede hacer y por qué razones debería evitar tal acción. También hemos de ser claros en las consecuencias de qué pasará si ese comportamiento no deseado se repite, así que eso de “¡Como lo vuelvas a hacer verás!” a la larga no es muy efectivo. Sé claro y conciso.

 

Más tarde, una vez en la sala,  la película se retrasó debido a que unas personas estaban incorrectamente sentadas y otras, en consecuencia, no podían ocupar su localidad. Tras venir el guarda de seguridad junto a una empleada de los cines para tratar de resolverlo, esta colocó a la gente mal sentada en sus sitios correctos. El espectador implicado, tras admitir que se había sentado mal al no haber podido encontrar su verdadero asiento, no solo no se disculpó por ello,  sino que increpó de malas maneras a las personas que se querían sentar en sus correspondientes localidades. Todo esto sucedió, asombrosamente, delante de los niños de ambos.

 

Regla 3: Los adultos también nos equivocamos y debemos disculparnos cuando lo hacemos.

En nuestra sociedad, existe un miedo incomprensible a pedir disculpas cuando nos equivocamos,  cosa que, no obstante, pedimos o esperamos de nuestros pequeños cuando hacen algo mal. ¡Y eso por no hablar de pedir perdón a nuestros hijos!!! Con ello estamos enviando el mensaje equivocado de que los padres nunca se equivocan y, como humanos que somos, eso no es cierto ya que todos lo hacemos en numerosísimas ocasiones. El pedir perdón a nuestros hijos cuando nos equivocamos les está enseñando a comprender que han provocado un daño, que sus acciones tienen una consecuencia, y que por medio de la disculpa pueden empezar a enmendarla. De ese modo, estaremos evitando que no pidan simplemente perdón porque eso es lo que esperan sus padres que hagan, aun sin entenderlo realmente. La importancia de pedir perdón entonces radica en que ello compone un aspecto fundamental en la socialización de los niños, ya que si aprenden bien serán pequeños responsables de sus acciones, que comprenden sus errores, que actúan para enmendarlos y que son conscientes del daño o afectación que se causa en los demás.

 

Prosiguiendo con el motivo que me hizo romper a escribir sobre este tema, añadiré que a media proyección de la película,  un niño que estaba dos filas delante de nosotros decidió ponerse de pie y comenzar a saltar. Aparentemente, su padre pareció verlo normal ya que no le dijo nada en ningún momento, a pesar de que estaba molestando y no dejaba ver al niño que estaba detrás. Y aquí es donde aparece el héroe de esta historia, al que llamaremos “Miguel” ya que desconozco su verdadero nombre, y al que volveremos más adelante.

 

Al terminar la película, y antes de que se encendieran las luces, el niño saltarín, decidió que era hora de irse y se encaminó él solo escaleras abajo, haciendo caso omiso a las continuas llamadas y amenazas de su padre, si no lo obedecía. Amenazas que como ya os habréis imaginado no se cumplieron cuando el padre finalmente pudo “atrapar” al niño casi al final de las escaleras.

 

Regla 4: LA Disciplina no se consigue solo con castigos y mucho menos con castigos nunca llevados a cabo.

Disciplinar a un niño no significa castigarlo. Los castigos no deben ser la única herramienta para llevar esto a cabo y solo serán efectivos si estos son inmediatos y consistentes. Amenazar con castigar no es una buena idea. Debilita el mensaje y enseña a nuestros hijos que se pueden salir con la suya algunas veces (o más de algunas veces) antes de que realmente alguien los tome realmente en serio. Si amenazas con un castigo este deber ser real, lo más inmediato posible y debe llevarse a cabo.

 

Y volviendo a nuestro héroe, “Miguel”. Un niño de unos 5 años que no podía ver la película y que sin preguntarle a su madre que estaba a su lado, se dirigió al padre del niño que no le dejaba ver. El niño, tal vez intuyendo que este era el verdadero causante de que no pudiera seguir la película, y de la forma más educada que os podáis imaginar, le dijo que por favor le dijera a su hijo que se sentara, ya que le impedía ver y quería seguir disfrutando de la película. Pero aquí no acaba la cosa. Para sorpresa de todos, aún hubo más. Al terminar la proyección y bajar las escaleras tras “Miguel”, un grupo de niños se dedicaba a aporrear la pantalla como si de un bombo se tratara. Y todo ello sucedía ante la atenta mirada de sus madres. Y digo mirada, ya que ninguna les dijo nada al respecto. Una vez visto esto, nuestro héroe se dirigió a los niños y les recriminó su actuación, diciéndoles que si les gustaría que él fuera a sus casas a golpearles la tele, que el cine era de todos y que a él le gustaría volver otro día a ver otra película, cosa que no podría hacer si rompían la pantalla.

 

Pues bien, este artículo va dedicado a todos los Migueles de este mundo y a sus padres. Aquellos padres que se saben esas “reglas de oro” y que las aplican cada día. Padres con hijos educados –o que al menos ponen todo su esfuerzo en que así sea-, y encantadores, que me llegan cada año a clase y que no esperan que a sus hijos se les eduque solamente en el colegio. Padres que se merecen una alabanza por el trabajo bien hecho, que no fácil, y que veo cada día en mi colegio y en la calle como los padres de “Miguel”. Padres cuyos hijos he tenido el gusto de tener en años anteriores y que espero seguir teniendo en los años venideros. A todos ellos: enhorabuena por un trabajo bien hecho.

ALEJANDRO DEL SOLO